El día que mi peque de 5 años salvó a los dragones de la extinción
Te cuento cómo conseguí que mi convertir una situación potencialmente dramática en una historia de superación digna de un auténtico superhéroe. ¿Cómo? Con una historia; ¿con qué, si no?
Año 2014. Con 5 años, a mi Angelito tuvieron que hacerle un análisis de sangre.
Ponte en situación.
Sala de espera de hospital.
Fluorescentes fríos.
Calor asfixiante.
Sillas de plástico.
Un montón de gente (tal vez demasiado grande para un niño tan pequeño).
Sin cuentos ni juguetes ni dibujos a la vista.
El pobre no tenía ni idea de lo que iba a pasar. En realidad, en la sala de espera de las analíticas, la que estaba nerviosa era yo.
Así que improvisé una historia.
No quería engañar a mi niño y, en aquel momento, me pareció lo más normal del mundo explicarle lo que iba a pasar.
Y esto fue, más o menos, lo que le conté: la verdad.
—Mira, cariño. Los dragones están muy malitos. Algunos ya no pueden ni volar. Y lo único que puede curarlos es sangre auténtica de niño dragón. Por eso te han llamado. Tú tienes esa sangre especial. Pero para poder ayudarles, tienes que ser valiente. Tienen que pincharte un poquito y llevarse esa sangre volando. Si no, desaparecerán para siempre.
Le avisé de que le dolería un poco, claro. Pero también le aseguré que ese dolor serviría para algo importantísimo: para salvar a los dragones.
Flipáis si ves a mi Angelito poner el brazo y mirar cómo le pinchaba la enfermera ante la atenta e impresionada mirada de otras dos que estaban allí. Vamos, que alucinaron con mi niño. (Mi ego espera que también con la madre que lo parió, pero eso queda entre tú y yo).
Y así, lo que podía haber sido un drama de los que se graban en la memoria como un trauma, se convirtió en una historia épica. Una historia de superhéroes en la que triunfamos y salimos vencedores.
¿Y por qué te cuento esto?
Porque es un ejemplo perfecto de lo que pasa cuando usamos la imaginación para enfrentarnos a las situaciones difíciles.
Las historias tienen ese poder. Transforman el miedo en coraje. El dolor en sentido. La espera en misión.
Y, de paso, nos ayudan a las personas adultas a aguantar el tipo sin descomponernos.
Porque contar historias no es solo cosa de cuentos. Es una herramienta que puedes llevar en el bolso (junto a las toallitas, el agua y las galletas) para salir de más de un apuro.
Improvisa. Juega. Invéntate algo. Olvida el drama (especialmente si solo está en tu cabeza).
Lo importante no es que sea perfecto, ni que encaje con la realidad. La cuestión es que funcione.
Con una historia y con un poco de creatividad, todo es más fácil.
Con cariño,
Eva María