Lo que aprendo creando personajes (y cómo puede ayudarte con tus peques)
Crear personajes me enseña cosas que ningún manual de crianza o pedagogía explica. Y no, no hablo de inventar héroes: hablo de mirar con otros ojos a tus peques reales.
Hay cosas que no aprendes en los cursos de crianza, ni en los libros de pedagogía, ni en los talleres de educación emocional.
Yo las aprendí —y las sigo aprendiendo— creando personajes.
Sí, personajes de ficción. Esos que te inventas para un cuento, una historia, un juego de rol o una obra de teatro escolar improvisada.
Y cuanto más me implico en entenderlos —sus deseos, sus contradicciones, sus heridas—, más entiendo también a mi prole o al grupo de criaturitas que tenga “entre manos”.
Porque lo cierto es que hay un parentesco asombroso entre crear un buen personaje y criar con empatía.
Para empezar, aprendes a escuchar lo que NO dicen.
Cuando estás construyendo un personaje creíble, no te basta con saber su nombre o cómo se viste. Tienes que entender qué le duele, qué le mueve, qué le da miedo. Porque ahí es donde se esconde lo que lo hace interesante.
Y con nuestras criaturas pasa igual.
No basta con saber qué les gusta desayunar o cuál es su color favorito. Para acompañarles de verdad, hay que observar más allá del gesto y escuchar incluso cuando no hablan.
A veces, un estallido de rabia no es más que miedo mal disfrazado.
O una mentira no es más que un deseo de no decepcionar.
O una risa descontrolada es la punta de un volcán de nervios.
Y si eso lo entiendes en tus personajes, empiezas a verlo también en tus peques (o no tan peques).
Otra cosa que aprendes sobre crianza creando personajes es que necesitan un espacio seguro para desarrollarse.
Si los juzgas demasiado pronto, se esconden. Si los fuerzas a encajar en un molde, se vuelven planos.
Y con los peques… lo mismo.
Si les damos espacio, si les dejamos probar versiones de sí mism@s, si no corregimos cada rareza como si fuera un error… entonces florecen.
Y no, florecer no es volverse perfectos ni encajar en lo que esperábamos.
Es tener la confianza de ser como cada persona es, con todas sus contradicciones, rarezas y genialidades.
Como esos personajes que, cuando les das libertad, acaban sorprendiendo incluso a quien los crea.
Si tus personajes tienen vida propia, si terminan buscando su propio camino, ¿por qué no iban tus peques a hacer lo mismo?
Así que si me permites una sugerencia: invéntate personajes.
Aunque no escribas cuentos, aunque no sepas dibujar. Hazlo solo por el placer de explorar. Ponles nombre, dales manías, rodéales de conflictos absurdos.
Porque cuanto más practicas el arte de imaginar vidas ajenas, más se afina la mirada que tienes hacia las reales.
Es más, invita a tus peques a hacer lo mismo, contigo o sin ti. Cread personajes e historias.
No hace falta que tengan moraleja o que esté todo bien estructurado. Basta con que les invites inventar sin miedo. A que tú inventes sin miedo.
Porque ahí, en ese espacio sin juicio, aprenden (aprendes) a ponerse (a ponerte) en la piel de otras personas, a entender emociones, a expresar las suyas propias (las tuyas también) y a descubrir que pueden ser muchas cosas a la vez.
Crear personajes no es solo un juego de creatividad. Es, sobre todo, un ensayo de empatía.
Con cariño,
Eva María
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